Publicado en The Present Truth, 7 mayo 1896 – E.J.Waggoner
El mensaje del evangelio
Los humildes pastores que velaban en la noche por sus rebaños sobre las llanuras de Belén se sobresaltaron ante el súbito resplandor de la gloria del Señor que los envolvía. Sus temores resultaron apaciguados por la voz del ángel, que les dijo:
“No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:10-11).
La palabra “nuevas” viene del griego. En otros lugares se traduce como “evangelio”; por lo tanto, bien podríamos leer así el mensaje del ángel: ‘He aquí os traigo el evangelio de gran gozo, que será para todo el pueblo’. Por lo tanto, de ese anuncio a los pastores podemos aprender varias cosas importantes:
- Que el evangelio es un mensaje que trae gozo: “El reino de Dios… es… justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom 14:17). Cristo fue ungido con “óleo de alegría” (Heb 1:9), y él proporciona “aceite de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado” (Isa 61:3).
- Es un mensaje de salvación del pecado. El mismo ángel había anunciado previamente a José el nacimiento de ese niño, y le indicó: “Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mat 1:21).
- Se trata de algo que afecta a todo ser humano. Leemos “que será para todo el pueblo”. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Eso es garantía suficiente para todos, pero como queriendo enfatizar el hecho de que los pobres tienen en el evangelio los mismos derechos que los ricos, el primer anuncio del nacimiento de Cristo se hizo a hombres que transitaban los senderos más humildes de la vida. No fue a los principales sacerdotes ni a los escribas; tampoco a los nobles, sino a pastores de ganado a quienes fueron dadas las gozosas nuevas. Así, el evangelio no está fuera del alcance de quien no recibió educación formal. El propio Cristo nació y creció en medio de la mayor pobreza; él predicó el evangelio a los pobres, y “la gran multitud del pueblo le oía de buena gana” (Mar 12:37). Puesto que se lo presentó de esa forma a la gente común —que constituye la mayoría en el mundo— no hay duda alguna de que se trata de un mensaje mundial en su alcance.
“El Deseado de todas las gentes”
Si bien el evangelio es primeramente para los pobres, no es algo mísero o carente de nobleza. Cristo se hizo pobre a fin de enriquecernos (2 Cor 8:9). El gran apóstol que fue escogido para dar el mensaje a reyes y a los grandes hombres de la tierra, estando en la expectativa de visitar la capital del mundo, dijo: “No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree” (Rom 1:16). El poder es aquello que todo el mundo procura. Algunos lo buscan a través de la riqueza, otros por la política, otros mediante la erudición y otros de otras formas; pero en toda actividad emprendida por el hombre el objeto es el mismo: poder de alguna clase. Hay una inquietud en el corazón de todo hombre, un anhelo insatisfecho puesto allí por Dios mismo. La loca ambición que lleva a algunos a pisotear a sus semejantes, la incesante procura de riqueza y la implacable búsqueda de placer en la que tantos se sumergen, no son más que esfuerzos vanos por satisfacer ese anhelo.
No es que Dios haya puesto en el corazón humano el deseo de ninguna de esas cosas; la búsqueda de ellas es una perversión del deseo que él implantó en el interior del hombre. Dios desea que el hombre tenga el poder de Dios; pero ninguna de las cosas que el hombre busca ordinariamente trae el poder de Dios. Los hombres imaginan un límite a la cantidad de riqueza que pueden amasar, porque piensan que una vez alcanzada esa meta quedarán satisfechos; pero si se logra lo esperado, quedan tan insatisfechos como siempre, y así continúan buscando la satisfacción a base de acumular riqueza, no dándose cuenta de que el anhelo del corazón jamás puede ser satisfecho de esa manera.
Aquel que implantó el deseo es el único que puede satisfacerlo. Dios se manifiesta en Cristo, y Cristo es verdaderamente “el Deseado de todas las gentes” (Ageo 2:7), aunque tan pocos reconozcan que sólo en él se halla el perfecto reposo y satisfacción. A todo mortal insatisfecho se hace la invitación:
“Gustad y ved que es bueno Jehová. ¡Bienaventurado el hombre que confía en él! Temed a Jehová vosotros sus santos, pues nada falta a los que lo temen” (Sal 34:8-9).
“¡Cuán preciosa, Dios, es tu misericordia! ¡Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas! Serán completamente saciados de la grosura de tu Casa y tú les darás de beber del torrente de tus delicias” (Sal 36:7-8).
Poder es lo que los hombres desean en este mundo, y poder es lo que el Señor desea que tengan. Pero el tipo de poder que ellos buscan significaría su ruina, mientras que el poder que él desea darles es poder que los salvará. El evangelio trae ese poder a todo ser humano, y no se trata de nada inferior al poder de Dios. Es para todos los que lo acepten. Estudiemos brevemente la naturaleza de ese poder, ya que una vez lo hayamos descubierto tendremos ante nosotros la plenitud del evangelio.
El poder del evangelio
En la visión que el amado discípulo tuvo del tiempo que habría de preceder inmediatamente al retorno del Señor se describe así el mensaje del evangelio que prepara a los hombres para ese evento:
“En medio del cielo vi volar otro ángel que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los habitantes de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo. Decía a gran voz: ‘¡Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado. Adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas!’” (Apoc 14:6-7).
Tenemos aquí claramente ante nosotros el hecho de que la predicación del evangelio consiste en predicar a Dios como al Creador de todas las cosas, y en llamar a los hombres a que lo adoren como a tal. Eso corresponde a lo que hemos leído en la epístola a los Romanos: que el evangelio “es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree”. Aprendemos algo más acerca de la naturaleza del poder de Dios cuando el apóstol, refiriéndose a los paganos, dice: “Lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó: Lo invisible de él, su eterno poder y su deidad” (Rom 1:19-20). Es decir: desde la creación del mundo los hombres han sido capacitados para ver el poder de Dios si es que emplean sus sentidos, ya que se lo discierne claramente en las cosas que ha hecho. La creación muestra el poder de Dios. Por lo tanto, el poder de Dios es poder creador. Y dado que el evangelio es poder de Dios para salvación, queda demostrado que el evangelio es la manifestación del poder creador para salvar al hombre del pecado. Pero hemos visto que el evangelio son las buenas nuevas de la salvación en Cristo. El evangelio consiste en la predicación de Cristo, y Cristo crucificado. Dijo el apóstol:
“No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo. La palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1 Cor 1:17-18).
Y también:
“Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura. En cambio, para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder y sabiduría de Dios” (1 Cor 1:23-24).
Es por eso que el apóstol dijo:
“Hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría, pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado” (1 Cor 2:1-2).
La predicación de Cristo y de Cristo crucificado es la predicación del poder de Dios; por lo tanto, es la predicación del evangelio, ya que el evangelio es el poder de Dios. Y eso está en perfecta armonía con la conclusión de que la predicación del evangelio consiste en presentar a Dios como al Creador, puesto que el poder de Dios es un poder creador, y Cristo es aquel por quien fueron creadas todas las cosas. Nadie puede predicar a Cristo, excepto si lo presenta como al Creador. Todos deben honrar al Hijo de la misma forma en que honran al Padre. Toda predicación que reste prominencia al hecho de que Cristo es el Creador de todas las cosas, no es la predicación del evangelio.
Creación y redención
“En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios… Todas las cosas por medio de él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho… Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:1-14).
“En él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes que todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Col 1:16-17).
Prestemos atención más detallada al último texto, y veamos cómo se encuentran en Cristo tanto la creación como la redención. En los versículos 13 y 14 leemos que Dios “nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”. Y después de un paréntesis en el que se subraya la identidad de Cristo, el apóstol nos dice de qué forma tenemos redención por su sangre. Esta es la razón:
“Porque en él fueron creadas todas las cosas… y él es antes que todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”.
Por lo tanto, la predicación del evangelio eterno es la predicación de Cristo, el poder creador de Dios, único a través de quien viene la salvación. Y el poder por el que Cristo salva a los hombres del pecado es el poder por el que creó los mundos. Tenemos redención por medio de su sangre. La predicación de la cruz es la predicación del poder de Dios; y el poder de Dios es el poder que crea; por lo tanto, la cruz de Cristo lleva en ella misma el poder creador. Ese poder es suficiente para todos. No es sorprendente que el apóstol exclamara:
“Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gál 6:14).
El misterio de Dios
Para algunos puede ser un nuevo concepto el que la creación y la redención representen el mismo poder; para todos es —y ha de ser siempre— un misterio. El propio evangelio es un misterio. El apóstol Pablo deseaba las oraciones de los hermanos, a fin de que le fuese dada palabra “para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio” (Efe 6:19). En otro lugar afirmó que había sido hecho ministro del evangelio de acuerdo con el don de la gracia de Dios que le había sido dado por la eficaz obra del poder divino, a fin de que pudiera “anunciar entre los gentiles el evangelio de las insondables riquezas de Cristo, y de aclarar a todos cuál sea el plan del misterio escondido desde los siglos en Dios, el creador de todas las cosas” (Efe 3:8-9). Vemos aquí una vez más el misterio del evangelio como siendo el misterio de la creación.
Ese misterio le fue dado a conocer al apóstol por revelación. En su epístola a los Gálatas vemos cómo sucedió:
“Os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí no es invención humana, pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo”.
Nos da aun mayor información en sus palabras:
“Cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo lo predicara entre los gentiles, no me apresuré a consultar con carne y sangre” (Gál 1:11-12 y 15-16).
Resumimos los últimos puntos:
- 1. El evangelio es un misterio.
- 2. Es un misterio dado a conocer por la revelación de Jesucristo.
- 3. No fue simplemente que Jesucristo se lo reveló a Pablo, sino que le dio a conocer el misterio mediante la revelación de Jesucristo en él. Pablo tuvo que haber conocido el evangelio antes de poder predicarlo a otros, y la única forma en que pudo conocerlo fue mediante la revelación de Jesucristo en él. La conclusión, por lo tanto, es que el evangelio es la revelación de Jesucristo en los hombres.
El apóstol expresó esa conclusión claramente en otro lugar, al afirmar que fue hecho ministro “según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos. A ellos, Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, esperanza de gloria” (Col 1:25-27).
Así, se nos da plena seguridad de que el evangelio consiste en que se dé a conocer a Cristo en los hombres. O más exactamente: el evangelio es Cristo en los hombres, y la predicación del mismo consiste en hacer saber a los hombres la posibilidad de que Cristo more en ellos. Eso concuerda con la indicación del ángel a propósito de que había de darle el nombre de Jesús Emmanuel, “que significa: ‘Dios con nosotros’” (Mat 1:23), y concuerda también con la afirmación del apóstol relativa a que el misterio de Dios es Dios manifestado en carne (1 Tim 3:16). Cuando el ángel dio a conocer a los pastores el nacimiento de Jesús, lo hizo anunciando que Dios había venido a los hombres en carne; y lo que dijo el ángel a propósito de que esas serían buenas nuevas para todos fue la revelación de que Dios morando en carne humana habría de proclamarse a todo ser humano y repetirse a todos quienes creyeran en él.
Hagamos un breve resumen de lo que hasta aquí hemos aprendido:
- 1. El evangelio es el poder de Dios para salvación. La salvación viene sólo por el poder de Dios, y allí donde haya poder de Dios, hay salvación.
- 2. Cristo es el poder de Dios.
- 3. Pero la salvación de Cristo viene mediante la cruz; por lo tanto, la cruz de Cristo es el poder de Dios.
- 4. Así, la predicación de “Cristo, y Cristo crucificado” es la predicación del evangelio.
- 5. El poder de Dios es el poder que crea todas las cosas. Por lo tanto, la predicación de Cristo y este crucificado —como poder de Dios— es la predicación del poder creador de Dios puesto en acción para la salvación del hombre.
- 6. Eso es así, puesto que Cristo es el Creador de todas las cosas.
- 7. No es sólo eso, sino que en él fueron creadas todas las cosas. Él es “el primogénito de toda la creación” (Col 1:15). Cuando fue “engendrado”, “al inicio de los tiempos”, en “los días de la eternidad” (Miq 5:2), todas las cosas fueron virtualmente creadas, ya que toda creación es en él. La sustancia de toda creación, y el poder por el que todas las cosas fueron llamadas a la existencia, estaba en Cristo. Esa es simplemente una declaración del misterio que sólo la mente de Dios puede comprender.
- 8. El misterio del evangelio es Dios manifestado en carne humana. Cristo en la tierra es “Dios con nosotros”. Así, Cristo morando en los corazones de los hombres por la fe, es la plenitud de Dios en ellos.
- 9. Y eso significa la energía creadora de Dios operando en el hombre mediante Jesucristo, para su salvación. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Cor 5:17). “Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Efe 2:10).
El apóstol expresó todo lo anterior cuando declaró que predicar las insondables riquezas de Cristo consiste en hacer que todos comprendan “cuál sea el plan del misterio escondido desde los siglos en Dios, el creador de todas las cosas” (Efe 3:8-9).
Resumen
En el texto que sigue a continuación encontramos enumerados los detalles de ese misterio:
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de él. Por su amor nos predestinó para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. En él tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia. Él nos dio a conocer el misterio de su voluntad según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo en el cumplimiento de los tiempos establecidos, así las que están en los cielos como las que están en la tierra. En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria. Por esta causa… no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os de espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él; que él alumbre los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la acción de su fuerza poderosa. Esta fuerza operó en Cristo, resucitándolo de los muertos y sentándolo a su derecha en los lugares celestiales” (Efe 1:3-20).
Destacaremos ahora diversos puntos de esta declaración.
- 1. Todas las bendiciones nos son dadas en Cristo. “El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Rom 8:32).
- 2. Ese don de todas las cosas en Cristo es congruente con el hecho de que nos escogió desde la fundación del mundo, a fin de que en él pudiéramos obtener santidad. “Dios no nos ha puesto para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes 5:9).
- 3. En esa elección, el destino elegido para nosotros es que fuésemos hijos.
- 4. De acuerdo con eso, nos aceptó en el Amado.
- 5. En el Amado tenemos redención por su sangre.
- 6. Todo ello es la forma de darnos a conocer el misterio. En el cumplimiento de los tiempos reuniría todas las cosas en Jesucristo, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra.
- 7. Siendo ese el firme propósito de Dios, se deduce que en Cristo hemos obtenido ya una herencia, puesto que Dios hace que todas las cosas obren según el propósito de su voluntad.
- 8. Todos los que creen en Cristo son sellados con el Espíritu Santo, al que se llama “Espíritu Santo de la promesa” por ser la seguridad de la herencia prometida.
- 9. Ese sello del Espíritu Santo es la prenda de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida. “No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efe 4:30).
- 10. Los que tienen el sello del Espíritu saben cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia. Significa que la gloria de la herencia futura se hace ahora suya mediante el Espíritu.
En ello vemos que el evangelio encierra una herencia. De hecho, el misterio de Dios es la posesión de la herencia, ya que en él hemos obtenido una herencia. Veamos ahora la forma en que Romanos capítulo ocho resume lo anterior. No citaremos literalmente la Escritura, sino extractos de ella.
Los que tienen el Espíritu Santo de la promesa, son hijos de Dios; “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios” (Rom 8:14). Pero al ser hijos, somos necesariamente herederos; herederos de Dios, puesto que somos sus hijos. Y si somos herederos de Dios, somos coherederos con Jesucristo. Cristo está deseoso de que sepamos, por encima de cualquier otra cosa, que el Padre nos ha amado tanto como a él.
Pero ¿de qué somos herederos juntamente con Cristo? De toda la creación, puesto que el Padre lo “constituyó heredero de todo” (Heb 1:2), y prometió que “el vencedor heredará todas las cosas” (Apoc 21:7). A la luz del capítulo ocho de Romanos, lo dicho queda demostrado así: ahora somos hijos de Dios, pero no es evidente aún la gloria que es propia de un hijo de Dios. Cristo fue el Hijo de Dios, sin embargo el mundo no lo reconoció como tal, “por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él” (1 Juan 3:1). Al poseer el Espíritu, poseemos “las riquezas de la gloria de su herencia”, y esa gloria será revelada en nosotros a su debido tiempo, en una medida que sobrepasará con mucho la magnitud de nuestros actuales sufrimientos.
“Porque el anhelo ardiente de la creación es aguardar la manifestación de los hijos de Dios. La creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza. Por tanto, también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación gime a una, y que a una está con dolores de parto hasta ahora. Y no solo ella, sino que también nosotros mismos que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Rom 8:19-23).
El hombre fue hijo de Dios por creación; pero por el pecado vino a ser hijo de la ira, hijo de Satanás a quien rindió obediencia en lugar de rendírsela a Dios. Mediante la gracia de Dios en Cristo, aquellos que creen son hechos hijos de Dios y reciben el Espíritu Santo. Resultan así sellados como herederos, hasta la redención de la posesión adquirida (toda la creación), que espera su redención cuando sea revelada la gloria de los hijos de Dios.
Seguiremos con el estudio del evangelio, dedicando particular atención a lo que incluye la “posesión adquirida”.
Sinceros agradecimientos por los trabajos de traducción a Libros1888